13/3/17

llueven camiones

Llevaba el cielo negro
más de tres días.
Oscuro, oscuro, oscuro,
negro de veras.
Y esta mañana,
no era muy pronto,
esta mañana en la que hacía un calor
extraño
para esta época,
un estruendo monstruoso
ha sacudido el barrio.
Otros estrépitos más lejanos
en otros puntos de la ciudad,
luego muy cerca otra vez,
chirridos metálicos,
cristales saltando en mil pedazos,
hierros retorciéndose,
detonaciones amortiguadas por el asfalto.
Llovían camiones.
La gente gritaba y se quedaba sin casas.
Yo tenía visiones del futuro
y tú creías que tenías todo bajo control,
que manejabas la situación,
y sin embargo.
Llovían camiones,
ninguno de los dos
podíamos ver venir algo como esto.
Sé que no sospechabas nada
cuando te marchaste
aunque te marcharas de todos modos
porque,
camiones,
¿quién iba a imaginar un final así?
Deberías estar aquí para verlo.
Es lo más hermoso que he contemplado jamás,
estoy seguro de que te encantaría.

6/3/17

la hija de cristo trabaja en el burger king

La hija de Cristo es gorda, baja, fea, sudamericana, carece de formación y trabaja en el Burger King. No conoció a su padre. Su madre le dijo que era un hombre importante pero no le dio más detalles. Cuando su padre murió, su madre no pudo hacerse cargo de la niña, así que la mandó con unos tíos a Guayaquil. Los tíos tampoco le contaron gran cosa. La hija de Cristo resultó ser una estudiante bastante limitada, y veía a su alrededor cómo los demás iban superando cursos sin demasiados problemas mientras ella se quedaba rezagada al final de una clase que se repetía año tras año aunque las caras del resto de alumnos fuesen siempre otras. Cuando tuvo la edad suficiente dijo me marcho de aquí. Y después de dar tumbos durante un tiempo, de emplearse en trabajos que le quebraban el cuerpo y la mente, y rechazar ─tras pensarlo mucho a pesar de todo─ otros que le habrían quebrado también el alma, dijo adiós a sus tíos, dijo mamá te quiero de veras pero tengo irme a su madre y terminó en España.

Desde entonces trabaja en el Burger King. También muchos fines de semana. A veces tiene que fregar los baños, se organiza mal y acaba arrinconada en el extremo opuesto a la puerta, frente al suelo mojado. Para salir no tiene más remedio que caminar sobre el agua. A veces alguien que ha pedido agua con el menú varía su opinión y le pregunta si puede cambiarla por vino. Por vino no, pero se la puede cambiar por cerveza. A veces alguien se atraganta con un trocito de comida y la hija de Cristo ─ha hecho un curso básico de primeros auxilios─ le practica una compresión abdominal que ya no recuerda del todo bien salvándole de una muerte en realidad poco probable. A veces una o dos gotas de aceite hirviente saltan a los ojos de alguno de sus compañeros y ella se los lava debajo del grifo, porque hasta donde sabe es la manera de actuar en este tipo de casos.

Al llegar a casa enciende su Acer Aspire y busca vídeos de Ecuavisa en YouTube. Cuando aparece un presentador elegante, un actor guapo o el tipo de reportero adecuado, calcula su edad, compara fisonomías, gestos, ata cabos y se pregunta si será él. Si le aseguraron que había muerto para que no se planteara esa clase de asuntos. Luego, las noches que no se le hace muy tarde delante del ordenador, habla con la Biblia. La interroga con cuestiones de todo tipo, acerca de su futuro sobre todo, abre el libro por una página cualquiera y trata de encontrar respuestas. Hoy Lucas le ha contestado: «No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su favor —le dijo el ángel—. Quedarás encinta y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.» Y aunque ella no se llama María, siempre le gustó el nombre de Jesús.

La hija de Cristo sigue creyendo en la salvación y en la vida eterna. Una vida eterna mejor que ésta. Con que sólo lo sea un poco le basta.