4/8/14

el curioso caso de luis lópez

Una colisión a menos de diez kilómetros por hora en un cruce. Luis López se distrajo abandonándose a cualquier cavilación, algo que le pareció bastante relevante en ese momento y en lo que no volvería a pensar nunca más, no tuvo tiempo de frenar y le dio por detrás a un Dacia Sandero. A menos de 10 kilómetros por hora. Chocar contra un Sandero a esa velocidad no es nada del otro jueves. Aunque es suficiente para sufrir una sacudida que te mantenga despejado durante el resto del día. En el caso de Luis López (hay quien la tiene más fijada y quien menos) también fue suficiente para que su alma se descolgase de su cuerpo. 

Al principio no se dio cuenta. Y en realidad lo que quiera que pasase aquel día fue siempre un misterio para él. Lo único que sabía es que a partir del accidente, cuando estaba durante mucho rato de pie le entraba como angustia. Una pesadumbre rara. Tal que si se le cayera el alma a los pies. Eso era, naturalmente. Que de verdad se le caía. Sentado estaba algo mejor, pero no terminaba de notarse él mismo hasta que no se acostaba. Reírse era buena cosa, porque además de los múltiples beneficios que tan saludable práctica trae consigo, el espíritu se le iba encaramando a golpe de diafragma. Los estornudos, por el contrario, impulsaban su ánimo hacia el fondo. Al toser podía pasar lo uno, lo otro, o todo al mismo tiempo. Menuda experiencia. 

Con el alma suelta dentro de su organismo, López hacía lo posible por redactar guiones decentes que presentaba a concursos. Era una forma de darse a conocer y conseguir medrar en el audiovisual. Por el momento no había tenido mucha suerte. Ni en el certamen de monólogos de Nerja ni en el Roa Cinero de Paraguay. Ni en el concurso de guiones de documental Región de Murcia ni en el  cortometrajes de Archidona. En su nuevo estado le costaba horrores dar con una buena historia porque la inspiración enseguida se le escurría a los tobillos. Desmotivado, salía a correr o se hacía unos largos en la piscina municipal. Le sentaba muy bien. Lo de la piscina lo que más. De manera que empezó a pasar tiempo y tiempo braceando entre jubilados y echando carreras a los parados del polideportivo y cada vez menos escribiendo. 

Hasta tal punto se metió en lo del deportismo, que superados los treinta y sin haber ejercitado nunca más músculo que los flexores de los dedos para mesarse las barbas cuando pensaba en algo que escribir, se puso a ganar campeonatos de natación, triatlones, pentatlones, mediamaratones y maratones enteras como un descosido. En el agua sentía sus fuerzas renovarse. Corriendo se ponía de un melancólico que para qué, pero las piernas le funcionaban como si estuvieran poseídas por algún ente sobrevitaminado. Cuando la esencia de cada cual converge en un mismo punto se producen fenómenos extraordinarios. No es que fuera el sueño de su vida, pero mira, algo por fin se le estaba dando bien y tampoco era plan de desaprovecharlo. Si en vez de por ahí le hubiera dado por ponerse delante del ordenador cabeza abajo, los guiones le habrían salido estupendos y del tirón. Pero, claro. Primero se te tiene que ocurrir hacerlo. Que ya es ocurrencia. Y luego está lo de llenar entre 90 y 120 páginas en Courier 12 con su formato y todo en posición invertida. Que muy cómodo no tiene que ser. Nada. Mucho mejor lo de hacerse atleta y contar con el patrocinio de GAES Centros Auditivos. O no. No sé. 

(Escuchando: Genitorturers - 2 faced traitor)

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