22/2/10

el japonés errante

Hace poco leí un relato que ganó un concurso navideño. Contaba algo parecido a esto: la protagonista se encontraba con un japonés por la calle, y el pobre hombre casi no sabía explicarse o el inglés que hablaban los dos no era muy bueno. El caso es que el japonés le explicaba que le habían robado, que estaba solo en la ciudad y que necesitaba dinero para pasar la noche. Que había venido con unos amigos que hacían música y que si se fiaba de él y le dejaba algunos euros, se los devolvería. La chica se los dejaba y ahí es cuando todos aguantamos la respiración. Por supuesto (era un cuento navideño), cuando pasó el tiempo, ella recibió un sobre. Dentro había dinero y unas entradas para un concierto muy importante en algún sitio muy importante. Vamos, que el japonés era un músico de renombre. Bonita moraleja. Ah, pero lo mejor de todo es que se trataba de un caso real. Inspirado muy fielmente en algo que había pasado de verdad.

Hoy me ha pasado prácticamente lo mismo. Va en serio. Bueno, podía haberme pasado prácticamente lo mismo. Me he encontrado con un japonés por la calle y me ha dicho que le habían robado en Sevilla y que tenía que encontrarse con un amigo aquí, pero el amigo estaba en Londres y volvía el sábado. Estamos a martes. Buscaba algún sitio donde poder quedarse hasta entonces. Yo me he puesto a pensar en la historia de arriba y en un montón de cosas más. El tío estaba borracho, de eso me he dado cuenta rápido. Y tenía todas sus cosas en la taquilla de la estación que, según él, estaba cerrada. No ha dicho nada de instrumentos. Entonces me he dado cuenta de que más que un virtuoso del violín, parecía un diseñador de videojuegos. A mi casa no me lo iba a llevar (si Takeshi Kitano tenía tratos con los yakuza, ¿por qué él no?) y el tío no quería ir a un albergue. No se fiaba o algo así. Quería que le dejara dinero y que, si confiaba en él, me lo devolvería. No podía dejárselo porque no llevaba nada encima. La tarjeta de crédito tampoco. He seguido insistiendo en acompañarle a un albergue, pero se ha agobiado, me ha dado las gracias y se ha marchado.

Probablemente haya hecho bien. Pero no puedo evitar pensar en qué habría pasado si hubiera tenido dinero. Si se lo hubiera dejado, sólo hay dos posibilidades: que me lo devolviera o que no. Si no me lo hubiera devuelto, podría deberse a que ha perdido mis datos, a que no nos hemos aclarado con el inglés, a que no se acuerda exactamente de dónde salió el dinero o a cualquier otro motivo. Cabe incluso la posibilidad de que sea un hijo de puta. Pero, ¿y si me lo hubiera devuelto? Y si un día llega a mi casa el dinero y una videoconsola de puta madre que todavía no ha salido al mercado. En este último caso me habría convertido en el protagonista de un cuento basado en un hecho real que leí un día (y que no me gustó, por cierto), habría salido ganando con el préstamo y quién sabe, a lo mejor me llevaba un premio con esto. Por eso hay que salir siempre con dinero de casa. Para tener la posibilidad de elegir tu propia aventura.

(Escuchando: Piano Magic - Son de Mar: Part I)

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