21/8/19

vive


—Elvis, bajo al chino, ¿quieres algo? 

Elvis Aaron Presley está derrumbado sobre la mesa de la cocina, la cabeza en el plato que tres minutos antes contenía un sándwich (el favorito del Rey) a base de mantequilla de cacahuete, miel, plátano y beicon. Su nuevo cuerpo sintético se encuentra dispensado de los imperativos alimenticios comunes, pero él no lo sabe aún. Levanta la mano en un gesto que Víctor no es capaz de interpretar y la deja caer de nuevo, así que Víctor sale de casa lamentándose de su suerte.

142 años antes de eso, la Memphis Mafia consiguió rescatar el cerebro de Elvis en el momento previo a su entierro. Durante un tiempo pasó de uno a otro de los miembros de confianza de Presley permaneciendo oculto. Hasta ahora.

El tío de Víctor, Bill, un fontanero de Tulsa, conoció a la tía de Víctor mientras ambos veraneaban en Estepona. Los dos se enamoraron y Bill vino a vivir a España. Como Víctor ha descubierto 24 horas atrás, con él, en calidad de heredero de la Memphis Mafia y depositario último, vino también el cerebro de Elvis. Al resto de sucesores de los yes men originales España les pareció una localización perfecta para llevar a cabo su propósito.

La reactivación del cerebro de Elvis dentro de un organismo artificial desarrollado durante cerca de una década por Bandai iba a producirse durante la noche de ayer en el garaje de Bill y Margarita, pero una filtración precipitó el traslado del equipo de animación al piso de Víctor. En otras circunstancias, Víctor no habría tenido mayor problema con el imprevisto, siendo como es un tipo con inquietudes y abierto a nuevas experiencias (tal vez estemos en 2119, pero ciertas cosas continúan sin ser habituales). Todo habría sido de otra manera si no hubiera quedado precisamente anoche con María la de recursos humanos, después de siete meses tras ella.

El verdadero motivo que impulsa a Víctor a bajar las escaleras de casa compungido por su habitual mala fortuna es lo que le ha contado a María: la verdad, ni más ni menos. Si esto fuera un guión dirigido por, por ejemplo, Joe Dante, María la de recursos humanos, la de los encantadores hoyitos alrededor de la boca cuando sonríe, habría reaccionado con un enfado momentáneo ante la anulación de la cita, pero en un par de días descubriría que Víctor no mentía, y los tres, Víctor, María y Elvis, se verían involucrados en toda suerte de fabulosas aventuras, culminando la cosa en una boda oficiada por su rockera majestad. Como no lo es, María le ha mandado a tomar por culo (en realidad le ha venido muy bien, porque Víctor será muy de decir la verdad y muy abierto a nuevas experiencias, aunque también es un poco tonto y pesado como él solo, y a ella quien le gusta de veras es Martín el de finanzas).

Sentado en un banco del parque, Víctor rumia su pesar con una bolsa de Apetinas del chino. Se consuela pensando que con María ya no, pero quizá, ahora que van a ser compañeros de piso, con la tataratataranieta de Elvis que salió el otro día por la tele y también tiene unos hoyuelos muy graciosos…

* * *

Este relato fue escrito para el fanzine Ilustres héroes del rock. Puedes pedirle una copia a Adi

16/2/19

alicia feliz no todo el rato

Más que cualquier herencia genética o predisposición biológica hacia la melancolía, lo que a Alicia Feliz no le hacía feliz era el carril por el que la vida la iba transportando. 

Así que Alicia Feliz a veces estaba triste. Otras no. A veces estaba muy triste y a veces llegaba incluso a estar muy pero que muy triste. Por lo general no, ¿eh? Por lo general, guay. Pero a veces, mal. Cosas. 

Alicia Feliz no tenía nada de estúpida, de manera que cuando estaba triste, muy triste y sobre todo muy pero que muy triste, se daba cuenta de lo patronímicamente ridículo de la situación. Eso le hacía mucha gracia. Le hacía reír. Y las penas se le quitaban un poco y luego ya del del todo. 

Porque Alicia Feliz sabía que, con independencia de por dónde decidiera la vida llevarla, Feliz siempre iba a ser, lo cual le garantizaba un blindaje contra la tristeza suyo y de nadie más. 

Era feliz pensándolo. 

19/12/18

misa del espectador

Me dice: intento ir a misa
todas las semanas. 
Le digo: yo al cine. 
Es mi eucaristía, 
el cine. 
Es mi precepto, 
mi sacramento,
es una promesa de salvación. 
Los cines 
son las iglesias.

3/12/18

eterno resplandor de la mente inmaculada

Andy Silverman, el veterano cómico judío, el hombre que ha hecho reír a varias generaciones de norteamericanos, y por extensión, a varios millones de personas alrededor del mundo. Andy Silverman, la leyenda, recibe esta noche el premio a una carrera entregada al público. 

Más de 3000 asistentes puestos en pie, una ovación sincera y unánime, aplauden a la discreta figura que avanza con pasos cortos pero enérgicos a través del pasillo central. Nick Dixon, un detective genital, Bananas go Bananas, Mi loca leprosería. Y los monólogos, los libros. Todas las reflexiones ingeniosas. Las entrevistas en ropa interior. Aquella en el cuarto de baño de un avión. Aquella sobre una enorme pila de estiércol. Andy Silverman, ojalá fuéramos tú. Ojalá lo hubiéramos sido en algún momento al menos.

Después de subir al escenario dando un salto, el único sonido en todo el teatro es el del papel, desdoblándose, que extrae del bolsillo interior de su chaqueta. Hasta él necesita un guión en una situación como ésta. Viejo Silverman, lunático maravilloso, con qué nos saldrás esta vez.

El repaso a su vida es conmovedor y ocurrente, las lágrimas del auditorio pasan de la hilaridad a la emoción a través de sus estados intermedios. De pronto Andy hace una parada. Sonríe, agacha la cabeza. Hasta él se turba en una situación como ésta. «No, no es eso. Es que, veréis, no entiendo lo que pone aquí. No entiendo mi propia letra». Tan típico de Andy. Tan Silverman. Nadie ha conseguido dominar igual de bien el ritmo en la comedia. Las pausas y los silencios.

La parte final del discurso provoca que los presentes estallen en una salva de aplausos que dura varios minutos. Continúa mientras Andy Silverman recoge el galardón. Mientras saluda dando las gracias. Mientras baja de las tablas.

El texto que Andy ha leído vuelve a estar en el bolsillo interior de su chaqueta. No lo ha escrito a mano. Está escrito en letras de molde. Courier, tamaño 12. Igual que siempre.

Continúa mientras Andy Silverman camina por el pasillo central.

Ha querido guardarse esa pequeña broma para sí mismo.

Continúa mientras Andy Silverman se pierde entre las sombras del fondo del teatro.

Porque la certeza de que está comenzando a olvidar cómo se lee y todas las demás cosas es demasiado para él, y no conoce otra manera de enfrentarlo.

Continúa mientras Andy Silverman abre la puerta de salida. Y se va.

12/11/18

sálvanos, hombre trivago

El sonido del parqué crujiendo 
bajo gruesos calcetines de lana. 
Gruesos jerséis de lana 
y una taza de chocolate caliente.
Treme en Blue-ray. 
Cocinar con una copa de vino blanco,
Massive Attack al Mad Cool. 
Tabaco, de fiesta. 
Un porro después de cenar,
en contadas ocasiones  
(cocaína, una vez).
Fruta. La fruta. 
Paula. 
Mónica. 
Esther. 
Algo cercano a una experiencia homosexual
en la escuela de negocios. 
Arquitectura. La arquitectura. 
Sobrinos
con gruesos jerséis de lana.  
Ligeros problemas de espalda,
spinning, lo mejor.
Patinete eléctrico,
un modelo sostenible. 
Mochilero en Latinoamérica,
cuatro estrellas en Berlín.
Nochevieja en Rabat,
inspiración nórdica. 
El hijo predilecto de Europa. 
Por favor, Hombre Trivago. 
Hombre Trivago, por lo que más quieras,
sálvanos de toda esta inmundicia. 
No más miradas desesperadas, 
no más abatimiento, 
no más reclusión. 
Enséñanos tus fotos
en restaurantes balineses, 
ayúdanos a soñar. 

8/11/18

valtari

En un primer momento se me había pasado por la cabeza que esto lo escribiera Valtari. Colocarlo sobre el teclado y a ver. 6vr66r ¡4nkññññsc owqioikcanlñfweo. Algo parecido a eso. Pero Valtari es muy grande y me da no sé qué ponerlo ahí. Está fuera, voy a salir a fumar y os cuento cómo de grande es. 

Lo que yo decía. Muy grande. Valtari es un gato. Gatazzo. Está gordo y si le frotas el lomo se deja caer como un niño gordo. Luego te muerde y no existe otra manera de que haga algo de ejercicio, uno o dos abdominales espasmódicos. Tiene la cabeza de un gato callejero y el cuerpo más o menos de un bosque de Noruega, que es una raza de gatos que hay. Por eso se llama Valtari. Por el disco de Sigur Rós. Que Sigur Rós sean islandeses en lugar de noruegos no guarda ninguna relación. Los bosque de Noruega cazan ratones, pueden pescar peces y son ágiles y juguetones. Valtari no. Valtari hace lo que le sale de los cojones. Valtari no tiene cojones, pero ni siquiera eso es un impedimento para que lo haga. 

Valtari está obsesionado con la manguera de la terraza. A veces come hierba y otras se escapa a Pequeño Prípiat (me doy perfecta cuenta de que no sabéis qué es Pequeño Prípiat). Tiene manicas como de mono y te partes de risa con él cuando en mitad de un maullido se le escapa un bostezo. Si le tiras un palo, te lo trae. Durante las últimas semanas nos fuimos uno a uno a pasar varios días fuera y Valtari se estresó. Intenté convencerle de que no estaba en una película de terror en la que los personajes van desapareciendo poco a poco, no me hizo caso. Nunca me hace caso porque según parece prefiere a las mujeres. Lo entiendo. Por la mañana le cojo de la cara y le digo: «Valtari, tío, tienes treinta y tantos años [su edad de gato], ya va siendo hora de que te comportes como una persona normal». Nada. Le da igual. También entiendo eso.

Algunas tardes viene a verle otro gato al que llamamos Batman (si al final resulta ser una gata la llamaremos Catwoman), aunque ocurre como cuando yo trato de explicarle las cosas. Se miran un rato, conforme. A lo mejor hasta intercambian cuatro chascarrillos, pero Valtari pasa enseguida a lamerse allí donde solían alojarse sus pelotas.  

No sé qué más contaros de él. Se le han puesto los ojos de medianoche y está frenético perdido tratando de conseguir un trozo de pavo. Ven, Voltarén, satánico animal. Firma; anda. 

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20/8/18

esperanzas grandes

Lo que las hacía grandes era que se conocieron en el cuarto de baño de la casa de un amigo en común durante una fiesta. Esperanza estaba tumbada en el suelo porque se había mareado porque llevaba varios días sin comer prácticamente nada porque su novio la había dejado. Tenía la mirada fija en una mancha de humedad del techo cuya forma no recordaba a ninguna cosa en particular. Pensaba en que desde luego no estaba para fiestas y rezaba para que nadie entrara en el cuarto de baño en ese momento. 

En ese momento Esperanza entró en el cuarto de baño y vio a Esperanza tumbada en el suelo. «Oh, madre mía, ¿estás bien?». Luego le pediría perdón por no haberla ayudado a levantarse en lugar de seguir andando hacia la taza del váter, pero se meaba de verdad. «Sí, estoy bien. Estoy… cansada». También las hacía grandes eso. Cuando Esperanza la ayudó a levantarse y le preguntó cómo se llamaba, Esperanza dijo que Esperanza, y Esperanza encontró muchas más similitudes en el fondo de los ojos de Esperanza con lo que había en el fondo de los suyos que en la concordancia de los nombres, aun siendo poco habituales. Esperanza entonces, por animarla a ella y animarse a sí misma, dijo que eran grandes Esperanzas. Esperanza sonrió por primera vez en una semana. 

Lo que las hacía grandes era que así se hicieron amigas. Grandes amigas. Amigas grandes. Así se hicieron grandes la una a la otra. Ocurrió que tiempo después de aquello, aunque ninguna de las dos había salido con una mujer antes, empezaron a salir juntas. Durante un tiempo. Hasta que eso terminó, como terminan la mayoría de historias de este tipo, por otra parte. Pero que eso terminara no impidió que siguieran siendo amigas y que siguieran siendo grandes. Lo que las hacía más grandes todavía.